viernes, 1 de octubre de 2010

CAPÍTULO 10 DE "SOY EL NÚMERO CUATRO" (I AM NUMBER FOUR)


Traducido por Aurim.

BERNIE KOSAR ESTABA ARAÑANDO LA PUERTA DEL DORMITORIO cuando desperté. Le dejé salir fuera. Patrulló el jardín a la carrera con la nariz pegada al suelo. Una vez hubo cubierto las cuatro esquinas, salió disparado por el jardín y desapareció en el bosque. Cerré la puerta y me metí de un salto en la ducha. Diez minutos después salí y él estaba de nuevo en el interior de la casa, sentado en el sofá. Meneó la cola cuando me vio.

–¿Le dejaste entrar? –le pregunté a Henri, que estaba con su portátil abierto en la mesa de la cocina, con cuatro periódicos amontonados frente a él.

–Sí.

Después de un rápido desayuno, salimos. Bernie Kosar salió corriendo por delante de nosotros, luego se detuvo, se sentó y se quedó mirando la puerta del pasajero de la camioneta.

–Eso es raro, ¿no te parece? –dije.

Henri se encogió de hombros.

–Por lo visto está acostumbrado a que le lleven en coche. Déjale entrar.

Abrí la puerta, él saltó dentro y se sentó en mitad del asiento con su lengua colgando. Cuando salimos del camino de entrada se subió a mi regazo y tocó con la pata la ventana. La bajé y él asomó medio cuerpo fuera, con la boca aún abierta y el viento haciendo ondear sus orejas. Cinco kilómetros más tarde Henri se detuvo en la escuela. Abrí la puerta y Bernie Kosar salió de un salto por delante de mí. Lo agarré y lo metí de nuevo en la camioneta, pero él volvió a saltar fuera. Lo volví a meter dentro y tuve que contenerlo para que no saliera mientras cerraba la puerta del coche. Estaba sobre sus patas traseras con las delanteras en el borde de la ventana, aún bajada. Le di unas palmaditas en la cabeza.

–¿Tienes los guantes? –preguntó Henri.

–Sip.

–¿El teléfono móvil?

–Sip.

–¿Cómo te sientes?

–Me siento bien –contesté.

–Está bien. Llámame si tienes cualquier tipo de problema.

Él arrancó y Bernie Kosar se quedó mirando por la ventana trasera hasta que la camioneta desapareció al doblar la curva del camino.

Sentía un nerviosismo similar al del día anterior, pero por motivos diferentes. Parte de mí quería ver a Sarah inmediatamente, aunque la otra esperaba no verla para nada. No estaba seguro de qué le diría. ¿Qué pasaba si no se me ocurría nada en absoluto y me quedaba allí con cara de tonto? ¿Qué pasa si estaba con Mark cuando la viera? ¿Debería saludarla y arriesgarme a otra confrontación, o simplemente pasar de largo y fingir que no había visto a ninguno de los dos? De todas formas, al fin y al cabo los vería a segunda hora. No había manera de evadirlo.

Me dirigí a mi taquilla. Mi mochila estaba llena de libros que se suponía debía leer anoche, pero que no llegué a abrir. Demasiados pensamientos e imágenes dándome vueltas en la cabeza. No había logrado apartarlos y era difícil imaginar que pudiera alguna vez. Todo era tan diferente de lo que había esperado… La muerte no era como lo que te mostraban en las películas. Los sonidos, las imágenes, los olores… Tan diferente.

En mi taquilla inmediatamente noté que pasaba algo. El tirador de metal estaba sucio. No estaba seguro de si debía abrirla, pero luego inspiré profundamente y tiré del tirador.

La taquilla estaba llena hasta la mitad de estiércol y mientras abría la puerta una buena parte de aquello se derramó sobre el suelo, cubriendo mis zapatos. El olor era horrible. De un portazo cerré la puerta. Sam Goode estaba de pie detrás de ésta y su aparición repentina de la nada me sobresaltó. Su aspecto era desolado, llevaba una camiseta de la NASA blanca, sólo ligeramente diferente a la que vestía el día anterior.

–Hola, Sam –saludé.

Él bajó la mirada al montón de estiércol sobre el suelo, luego volvió a mirarme.

–¿A ti también? –pregunté.

Él asintió con la cabeza.

–Voy a ir al despecho del director. ¿Quieres venir?

Él sacudió la cabeza, luego se dio media vuelta y se marchó sin decir palabra. Me encaminé al despacho del Sr. Harris, llamé a su puerta y luego entré sin esperar respuesta. Él estaba sentado tras su escritorio, con una corbata estampada con la mascota del instituto, aunque pareciera increíble unas veinte cabecitas de pirata salpicadas por la parte delantera de ésta. Él me sonrió de un modo orgulloso.

–Es un gran día, John –señaló. Yo no sabía de qué estaba hablando–. Los reporteros de La Gaceta deberían de estar aquí dentro de una hora. ¡Primera plana!

Entonces recordé, la gran entrevista de Mark James en el periódico local.

–Debe de sentirse muy orgulloso –dije.

–Me siento orgulloso de todos y cada uno de los alumnos de Paradise. –La sonrisa no abandonó su cara. Se echó hacia atrás en el asiento, entrelazó los dedos y descansó las manos sobre su estómago–. ¿Qué puedo hacer por usted?

–Sólo quería hacerle saber que mi taquilla está llena de estiércol esta mañana.

–¿A qué se refiere con “llena”?

–Me refiero a que la taquilla entera está llena de estiércol.

–¿De estiércol? –preguntó con confusión.

–Sí.

Él se echó a reír. Me quedé desconcertado ante su total falta de consideración, y una oleada de cólera me invadió. Mi cara estaba caliente.

–Quería hacérselo saber para que pudiera ser limpiada. La taquilla de Sam Goode también está llena de eso.

Él suspiró y negó con la cabeza.

–Enviaré inmediatamente al Sr. Hobbs, el bedel, y abriremos una investigación detallada.

–Los dos sabemos quién lo ha hecho, Sr. Harris.

Me lanzó una sonrisa condescendiente.

–Me encargaré de la investigación, Sr. Smith.

No tenía sentido decir nada más, así que salí del despacho y me dirigí al servicio para lavarme las manos y la cara con agua fría. Tenía que calmarme. No quería verme obligado que ponerme otra vez los guantes hoy. Tal vez no debía hacer nada de nada, sólo dejarlo estar. ¿Se terminaría con eso? Por otro lado, ¿había otra opción? Estaba superado y mi único aliado era un estudiante de segundo curso de cuarenta y cinco kilos con afición por lo extraterrestre. Quizás eso no era del todo cierto… Quizás tenía otra aliada en Sarah Hart.

Miré hacia abajo. Mis manos estaban bien, sin resplandor. Salí de los servicios. El bedel ya estaba recogiendo el estiércol de mi taquilla y sacando mis libros y tirándolos a la basura. Lo pasé de largo, entré al aula y esperé a que empezara la clase. Se dieron las reglas de gramática, siendo el tema principal la diferencia entre un gerundio* y un verbo, y por qué un gerundio no era un verbo. Presté más atención que el día anterior, pero a medida que se acercaba el final de la clase empecé a ponerme nervioso por la próxima hora. Aunque no porque fuera a ver a Mark…, sino porque iba a ver a Sarah. ¿Me sonreiría otra vez hoy? Pensé que sería mejor llegar antes que ella para poder encontrar asiento y poder verla entrar. De esa manera podría ver si ella me saludaba primero.

(Gerundio: forma del verbo con valor adverbial. En el inglés, a diferencia del español, el gerundio posee valor adjetivo o sustantivo, de ello que no se considere verbo en este idioma.)

Cuando sonó la campana, salí disparado de la clase y recorrí a toda prisa el pasillo. Fui el primero en entrar a Astronomía. El aula se fue llenando y Sam se sentó a mi lado de nuevo. Justo antes de que volviera a sonar la campana de aviso Sarah y Mark entraron juntos. Ella vestía una camisa de botones blanca con pantalones negros. Me sonrió antes de sentarse. Yo le devolví la sonrisa. Mark no miró en mi dirección en ningún momento. Yo todavía podía oler el estiércol en mis zapatos, o puede que quizás el olor procediera de los de Sam.

Éste sacó un folleto de su mochila con el título "Están Entre Nosotros" en la carátula. Tenía el aspecto de haber sido impreso en el sótano de alguien. Sam lo abrió, fue al artículo de su interior y empezó a leer atentamente.

Yo miré a Sarah, que estaba a cuatro mesas por delante de mí, contemplé su cabello recogido hacia atrás en una coleta. Podía ver la nuca de su esbelto cuello. Ella se cruzó de piernas y se sentó recta en la silla. Deseé estar sentado a su lado, eso me habría permitido extender la mano y tomar la suya en la mía. Deseaba que fuera ya la octava hora. Me preguntaba si sería de nuevo su compañero en Economía Doméstica.

La Sra. Burton comenzó la clase, todavía sobre el tema de Saturno. Sam sacó una hoja de papel y empezó a garabatear como un loco, haciendo pausas a veces para consultar un artículo de la revista que había abierto a su lado. Yo miré sobre su hombro y leí el titular: "Una ciudad entera de Montana abducida por los extraterrestres."

Antes de anoche yo nunca habría considerado tal teoría. Pero Henri creía que los mogadorianos estaban tramando apoderarse de la Tierra, y debía admitirlo, aunque la teoría en la publicación de Sam era ridícula, a un nivel básico podía haber algo allí. Yo sabía a ciencia cierta que los lorianos habían visitado la Tierra muchas veces durante la vida de este planeta. Observábamos el desarrollo de la Tierra, la contemplamos durante las etapas de expansión y abundancia, cuando todo estaba en movimiento, y a través de eras de hielo y nieve, cuando nada cambiaba. Ayudamos a los humanos, les enseñamos a hacer fuego, les dimos herramientas para desarrollar el habla y el lenguaje, motivo por el cual nuestro lenguaje era similar a los idiomas de la Tierra. Y aunque nosotros nunca abdujéramos humanos, eso no significaba que nunca se hubiera hecho. Miré a Sam. Nunca había conocido a nadie con una fascinación por los alienígenas hasta el punto de leer y tomar notas sobre teorías conspiradoras.

Justo en ese momento la puerta se abrió y el Sr. Harris asomó su rostro sonriente.

–Siento interrumpir, Sra. Burton. Voy a tener que arrebatarle a Mark. Los periodistas de La Gaceta están aquí para entrevistarlo para el periódico –anunció lo suficientemente alto para que todo el mundo en la clase pudiera oírle.

Mark se puso de pie, cogió su mochila y salió de la clase pavoneándose despreocupadamente. Desde el pasillo vi al Sr. Harris dándole una palmadita en la espalda. Luego volví a mirar a Sarah, deseando poder sentarme en el asiento vacío que estaba a su lado.



La cuarta hora era la de Educación Física. Sam estaba en mi clase. Después de cambiarnos nos sentamos uno al lado del otro sobre el suelo del gimnasio. Él llevaba zapatos de deporte, pantalones cortos y camiseta dos o tres tallas más grande de lo necesario. Parecía una cigüeña, todo rodillas y codos, un tanto larguirucho incluso para ser bajito.

El profesor de gimnasia, el Sr. Wallace, estaba de pie, firme, delante de nosotros, con los pies separados con el ancho de los hombros y las manos cerradas en puños sobre las caderas.

–Está bien, chicos, escuchad. Es probable que esta sea la última oportunidad que tengáis de ejercitaros al aire libre, así que aprovechadla. A correr el kilómetro, tan rápido como podáis. Vuestros tiempos serán anotados y guardados para cuando corráis el kilómetro de nuevo en primavera. Así que ¡a correr duro!

La pista exterior estaba hecha de caucho sintético. Rodeaba el campo de rugby, y más allá de ella había algo de bosque que imaginé podía conducir hasta nuestra casa, pero no estaba seguro. El viento era fresco y la piel de gallina cubría la longitud de los brazos de Sam. Éste trató de eliminarla frotándoselos.

–¿Has corrido esto antes? –pregunté.

Sam asintió con la cabeza.

–Lo corrimos la segunda semana de clase.

–¿Cuál fue tu tiempo?

–Nueve minutos y cincuentaicuatro segundos.

Le miré.

–Pensaba que se suponía que los chicos flacos eran más rápidos.

–¡Cállate! –protestó.

Corrí al lado de Sam a la cola del pelotón. Cuatro vueltas. Esas eran las veces que debía rodear la pista para haber corrido un kilómetro. A mitad de camino empecé a separarme de Sam. Me preguntaba por lo rápido que podría correr un kilómetro si lo intentaba de verdad. Dos minutos, tal vez uno, ¿puede que menos?

El ejercicio se sentía genial, y sin prestar mucha atención, pasé al corredor que iba en cabeza. Luego disminuí velocidad y fingí agotamiento. Cuando lo hice vi algo borroso marrón y blanco salir disparado de los arbustos por la entrada a las gradas y dirigirse directo hacia mí. Mi mente me está gastando una broma, pensé. Aparté la mirada y seguí corriendo. Pasé de largo al profesor. Éste sostenía un cronómetro. Gritó palabras de ánimo, pero él estaba mirando detrás de mí, lejos de la pista. Seguí su mirada. Estaba fija en el borrón marrón y blanco que aún venía derecho a por mí, y en un instante las imágenes del día anterior regresaron precipitadamente. Las bestias de los mogadorianos. También las había pequeñas, con dientes que centelleaban a la luz como hojas de afeitar, criaturas rápidas decididas a matar. Empecé a correr a toda velocidad.

Corrí media pista en un sprint a muerte antes de volver a dar la vuelta. No había nada detrás de mí. Lo había dejado atrás. Había pasado veinte segundos. Entonces volví a dar la vuelta y la cosa estuvo justo enfrente de mí. Debía de haber cortado atravesando el campo. Me paré en seco y mi perspectiva se corrigió. ¡Era Bernie Kosar! Estaba sentado en mitad de la pista con la lengua colgando y moviendo la cola.

–¡Bernie Kosar! –grité–. ¡Me has dado un susto de muerte!

Reanudé la carrera a un paso lento y Bernie Kosar corrió a mi lado. Esperaba que nadie hubiera notado lo rápido que había corrido. Después me paré y me doblé como si tuviera calambres y no pudiera recobrar el aliento. Caminé durante un rato. Luego troté un poco. Antes de terminar la segunda vuelta ya me habían pasado dos personas.

–¡Smith! ¿Qué pasa? ¡Estabas vapuleándoles a todos! –gritó el Sr. Wallance cuando pasé junto a él.

Respiré con pesadez para aparentar.

–Yo… tengo… asma –expliqué.

Él negó con la cabeza a modo de reprobación.

–Y pensaba que tenía aquí al campeón de pista del estado de Ohio de este año, en mi clase.

Me encogí de hombros y seguí adelante, parándome cada poco y caminando. Bernie Kosar se quedó conmigo, a veces andando, a veces trotando. Cuando empecé la última vuelta Sam me alcanzó y corrimos juntos. Su cara estaba de un rojo brillante.

–Así que, ¿qué estabas leyendo hoy en Astronomía? –le pregunté–. ¿Una ciudad entera de Montana abducida por los alienígenas?

Él me sonrió.

–Sí, esa es la teoría –confirmó un tanto tímido, como avergonzado.

–¿Por qué una ciudad entera sería abducida?

Sam se encogió de hombros, no contestó.

–No, en serio –lo animé.

–¿De verdad quieres saberlo?

–Por supuesto.

–Bueno, la teoría es que el gobierno ha estado permitiendo las abducciones alienígenas a cambio de tecnología.

–¿De verdad? ¿Qué tipo de tecnología? –inquirí.

–Como chips para superordenadores y fórmulas para más bombas y tecnología verde*. Cosas de esas.
(Tecnología verde (en inglés, Green Technology, abreviado como Greentech): aplicación de la ciencia medioambiental a conservar el medio ambiente natural y los recursos, y refrenar los impactos negativos de la actividad humana.)

–¿Tecnología verde para la vida de las especies? Raro. ¿Por qué quieren los extraterrestres abducir humanos?

–Así pueden estudiarnos.

–¿Pero por qué? Es decir, ¿qué razón podrían tener?

–Así cuando llegue el Armagedón sabrán nuestras debilidades y serán capaces de vencernos fácilmente por haberlos descubierto.

Me sorprendió su respuesta, pero únicamente por las escenas que aún se representaban en mi cabeza desde la noche anterior, recordando las armas que vi que usaban los mogadorianos y las bestias enormes.

–¿Ya sería fácil para ellos si tuvieran bombas y tecnología muy superior a la nuestra?

–Bueno, parece que algunos piensan que están esperando a que nos matemos primero entre nosotros.

Miré a Sam. Él estaba sonriéndome, tratando de decidir si yo me estaba tomando la conversación en serio.

–¿Por qué querrían que nos matáramos entre nosotros primero? ¿Cuál es el aliciente?

–Porque ellos están celosos.

–¿Celosos de nosotros? ¿Por qué, por nuestro buen aspecto y fuerza?

Sam se echó a reír.

–Algo así.

Asentí con la cabeza. Corrimos en silencio durante un minuto y pude ver que Sam estaba pasando un mal rato, respirando con dificultad.

–¿Cómo has llegado a interesarte por todo esto?

Él se encogió de hombros.

–Sólo es una afición –declaró, aunque tuve la clara sensación de que estaba guardándose algo.

Terminamos el kilómetro en ocho minutos, cincuenta y nueve segundos, mejor que la última vez que Sam lo corrió. Bernie Kosar siguió a la clase de vuelta al colegio. Los demás lo acariciaron, y cuando entramos él trató de venir con nosotros. No entendía cómo había sabido dónde estaba yo. ¿Podía haber memorizado el camino a la escuela esta mañana durante el viaje? La idea parecía ridícula.

Se quedó en la puerta. Yo fui al vestuario con Sam, y al segundo de recuperar el aliento recitó todo un montón de otras teorías conspiradonoicas, una detrás de otra, la mayoría de ellas irrisorias. Me caía bien él, y lo encontraba divertido, aunque a veces deseara que parase de hablar.



Cuando comenzó Economía Doméstica Sarah no estaba en clase. La Sra. Benshoff explicó durante los diez primeros minutos y luego nos dirigimos a la cocina. Llegué a mi solitario puesto, resignado al hecho de que cocinaría solo hoy, y tan pronto como lo pensé, entró Sarah.

–¿Me he perdido algo bueno? –preguntó ella.

–Unos diez minutos de precioso tiempo conmigo –le contesté con una sonrisa.

Ella se rió.

–He oído lo de tu taquilla esta mañana. Lo siento.

–¿Pusiste tú el estiércol allí? –pregunté.

Ella se echó a reír otra vez.

–No, claro que no. Pero sé que la han tomado contigo por mí.

–Tienen suerte de que no utilice mis superpoderes y los mande al país de al lado.

Ella en broma me agarró el bíceps.

–Cierto, estos músculos enormes… Tus superpoderes. Chico, ellos tienen suerte.

Nuestro trabajo para hoy era hacer un bizcocho de arándanos. Cuando empezamos a mezclar la masa, Sarah comenzó a hablarme de su historia con Mark. Habían salido durante dos años, pero cuanto más tiempo llevaban juntos más se distanciaba ella de sus padres y sus amigos. Era la novia de Mark, nada más. Ella sabía que había empezado a cambiar, a adoptar algunas de las actitudes de él hacia la gente: ser mezquina y crítica, pensar que ella era mejor que los demás. También empezó a beber y sus notas bajaron. Al finalizar el último curso, sus padres la habían enviado a vivir con su tía en Colorado durante el verano. Cuando llegó allí, empezó a dar largas caminatas por las montañas, a hacer fotografías del paisaje con la cámara de su tía. Se enamoró de la fotografía y tuvo el mejor verano de su vida, dándose cuenta de que había mucho más que ser animadora y salir con el quarterback del equipo de rugby. Cuando regresó a casa rompió con Mark y abandonó las animadoras, y se hizo la promesa de que iba a ser buena, y amable, con todas las personas. Mark no lo había asimilado. Ella dijo que él la consideraba aún su novia y que creía que iba a volver con él. Dijo que lo único que echaba de menos de él eran sus perros, con los que pasaba el rato siempre que estaba en su casa. Luego yo le hablé de Bernie Kosar y de cómo había aparecido de improviso en el umbral de nuestra puerta después de aquella primera mañana en el instituto.

Trabajábamos mientras hablábamos. En un determinado momento metí la mano en el horno sin los guantes y saqué la tartera del bizcocho. Ella me vio hacerlo y me preguntó si estaba bien, yo fingí haberme hecho daño, sacudiendo la mano como si me hubiera quemado, aunque en realidad no sentía nada. Fuimos hasta el fregadero y Sarah lo abrió hasta que el agua estuvo tibia para ayudar con la inexistente quemadura. Cuando ella vio mi mano, yo sólo me encogí de hombros. Mientras refrigerábamos el bizcocho, me preguntó por mi móvil, y me dijo que había visto que sólo tenía un número en él. Le dije que era el número de Henri, que perdí mi antiguo teléfono con todos los contactos. Me preguntó si yo había dejado a una novia atrás cuando nos trasladamos. Le dije que no, y ella sonrió, lo que estuvo a punto de desmoronarme. Antes de que terminara la clase, me habló de las próximas celebraciones de Halloween en la ciudad, y dijo que esperaba verme allí, que tal vez podríamos pasar un rato. Le dije que sí, que sería genial, y fingí estar tranquilo, aunque por dentro estaba volando.

Gracias por el capítulo a Aurim.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

esta genial ya leo el libro :p ojala puedas subir los q siguen seria genial!!

Anónimo dijo...

Muchas gracias por traducirlo Aurim :)
Los capitulos a partir del 9, ¿Se pueden descargar?
Gracias :D

Anónimo dijo...

una pregunta... cuantos capitulos tiene el libro???

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