domingo, 23 de enero de 2011

CAPÍTULO 17 DE "SOY EL NÚMERO CUATRO" (I AM NUMBER FOUR)


Traducido por Aurim.



AL DÍA SIGUIENTE ME DESPERTÉ ANTES DE LO NORMAL, salí de la cama y dejé mi cuarto para encontrar a Henri sentado a la mesa, pasando revista a los periódicos con el portátil abierto. El sol aún estaba oculto y la casa a oscuras, la única luz venía de la pantalla de su ordenador.

–¿Alguna cosa?

–Nah, en realidad nada.

Encendí la luz de la cocina. Bernie Kosar daba con la pata en la puerta de la entrada. La abrí y salió disparado al jardín e hizo la patrulla como hacía cada mañana, en la parte delantera, rodeando al trote el perímetro y buscando algo sospechoso. Iba olisqueando al azar los lugares. Una vez satisfecho por que todo estuviera como debía estar, se adentró corriendo en el bosque y desapareció.

Había dos ejemplares de “Caminan Entre Nosotros” sobre la mesa de la cocina, el original y una fotocopia que Henri había hecho para guardársela. Había una lupa sobre ellos.

–¿Algo excepcional en el original?

–No.

–¿Y ahora qué? –pregunté.

–Bueno, he tenido algo de suerte. He cotejado algunos de los otros reportajes del mes y he encontrado algunas pistas, una de ellas me ha llevado a la web personal de un hombre. Le he mandado un email.

Me quedé petrificado mirando a Henri.

–No te preocupes –dijo–. No pueden rastrear los emails. Al menos no de la manera que yo los envío.

–¿Cómo los envías?

–Los desvío a través de varios servidores en ciudades de distintas partes del mundo, de forma que la localización original se pierda por el camino.

–Impresionante.

Bernie Kosar arañó la puerta y le dejé entrar. En el reloj del microondas se leía las 5:59. Tenía dos horas antes de tener que estar en clase.

–¿De verdad piensas que deberíamos revolver todo esto? –le pregunté–. Me refiero a que, ¿qué pasa si todo esto es una trampa? ¿Qué pasa si sólo están tratando de sacarnos de nuestro escondrijo?

Henri asintió.

–Ya sabes, si el artículo hubiera mencionado algo de nosotros, eso me habría frenado. Pero no era así. Iba de su invasión de la Tierra, de modo muy parecido a como fue en Lorien. Hay tanto al respecto que no entendemos... Tenías razón cuando dijiste hace unas semanas que fuimos derrotados con mucha facilidad. Lo fuimos. Y eso no tiene sentido. Todo el asunto con la desaparición de los Miembros del Consejo tampoco tiene sentido. Incluso el alejarte a ti y a los demás niños de Lorien, lo que nunca cuestioné, parece extraño. Y aunque hayas visto lo que sucedió, y yo haya tenido también las mismas visiones…, aún se nos escapa algo de la ecuación. Si algún día regresamos, creo que es imprescindible entender qué fue lo que sucedió para impedir que suceda de nuevo. Ya conoces el dicho: quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Y cuando se repita, será el doble lo que esté en juego.

–Está bien –dije–. Pero según lo que dijiste el sábado por la noche, la posibilidad de que volvamos parece cada día más escasa. Así que, con eso, ¿crees que merece la pena?

Henry se encogió de hombros.

–Aún están los otros cinco ahí afuera. Puede que ellos hayan recibido sus Legados. Puede que el tuyo simplemente se haya retrasado. Creo que lo mejor es pensar en todas las posibilidades.

–Bueno, ¿y qué planeas hacer?

–Sólo hacer una llamada de teléfono. Tengo curiosidad por oír lo que sabe esa persona. Me pregunto qué fue lo que hizo que dejara de investigar. Una de dos: o no encontró más información y perdió el interés en la historia, o alguien dio con él después de la publicación.

Suspiré.

–Bien, ten cuidado –le pedí.




Me puse un pantalón de chándal y una sudadera sobre dos camisetas, me anudé las botas de deporte y me puse en pie y me desperecé. Metí en la mochila la ropa que planeaba ponerme en el instituto, junto con una toalla, una pastilla de jabón y un bote de champú para poder ducharme cuando llegara allí. Ahora iba corriendo cada mañana al instituto. Por lo visto Henri creía que el ejercicio extra vendría bien a mi entrenamiento, pero la verdadera razón era que él esperaba que ayudara a la transición de mi cuerpo y que sacara mis Legados de su letargo, si es que algún día lo hacían.

Bajé la mirada a Bernie Kosar.

–¿Preparado para correr, chico? ¡Eh! ¿Te apetece una carrerita?

Comenzó a mover la cola y a dar vueltas en círculo.

–Te veo después de clase.

–Que hagas buena carrera –se despidió Henri–. Ten cuidado en la carretera.

Salimos por la puerta y nos encontramos con un viento frío y fuerte. Bernie Kosar ladró nervioso unas cuantas veces. Empecé a correr suavemente, saliendo del sendero de grava, con el perro trotando a mi lado como pensé que haría. El calentamiento me llevó medio kilómetro.

–¿Listo para batir la marca, chico?

Él no me prestaba atención, simplemente seguía trotando a mi lado con la lengua colgando y con aspecto de total felicidad.

–Está bien, entonces allá vamos.

Me puse en marcha, metiéndome en la carrera y en un sprint de muerte al poco después, yendo tan rápido como podía. Dejé en la estacada a Bernie Kosar. Miré detrás de mí y venía corriendo tan rápido como podía, aunque yo le estaba tomando la delantera. El viento movía mi pelo, los árboles pasaban borrosos. Todo se sentía genial. Entonces Bernie Kosar salió disparado hacia el bosque y desapareció de mi vista. No estaba seguro de si debía parar y esperarlo. Entonces me volví y Bernie Kosar salió del bosque de un salto a tres metros por delante de mí.

Bajé la mirada y él la alzaba para mirarme, con la lengua a un lado, con una sensación de júbilo en los ojos.

–Eres un perro raro, ¿lo sabías?

Cinco minutos después el instituto estuvo a la vista. Hice un sprint en el último kilómetro, empleándome, corriendo tan fuerte como podía porque era tan temprano que no había nadie allí por ningún lado que pudiera verme. Entonces me quedé de pie con los dedos entrelazados detrás de la cabeza, recuperando la respiración. Bernie Kosar llegó treinta segundos después y se sentó a observarme. Yo me arrodillé y lo acaricié.

–Buen trabajo, colega. Creo que tenemos un nuevo ritual matutino.

Tiré de la mochila, abrí la cremallera y saqué un paquete con unas cuantas tiras de beicon y se las di. Las engulló.

–Okey, chico. Yo voy dentro ahora. Vuelve a casa. Henri está esperando.

Me miró durante un segundo, y luego se fue trotando hacia casa. Me asombraba su total comprensión. Entonces me volví, entré en el edificio y me dirigí a la ducha.




Yo era la segunda persona en entrar en Astronomía. Sam era el primero, ya sentado en su sitio habitual en la parte de atrás de la clase.

–¡Eh! –exclamé–. ¡Sin gafas! ¿Qué sucede?

Él se encogió de hombros.

–Pensé en lo que dijiste. Es probable que sea estúpido que las lleve.

Me senté a su lado y sonreí. Era difícil de imaginar que alguna vez me acostumbrara a que sus ojos se vieran tan redondos y brillantes. Le devolví el ejemplar de “Caminan Entre Nosotros”. Lo metió en su mochila. Sostuve mis dedos como si fueran una pistola y le di un pequeño codazo.

–¡Bang! –dije.

Empezó a reírse. Luego yo también. Ninguno de los dos podía parar. Cada vez que uno de nosotros miraba al otro empezaba a reír y todo comenzaba de nuevo. La gente se nos quedaba mirando cuando entraba. Entonces llegó Sarah. Entró sola, acercándose despacio a nosotros con cara de desconcierto y se sentó a mi lado.

–¿De qué os estáis riendo, chicos?

–No estoy realmente seguro –reconocí, y entonces me eché a reír un poco más.

Mark fue la última persona en entrar. Se sentó en su lugar habitual, pero hoy en vez de ser Sarah la que se sentaba a su lado era otra chica. Creo que era de último curso. Sarah extendió la mano bajo la mesa y me agarró la mano.

–Hay algo de lo que tengo que hablar contigo –me dijo.

–¿De qué?

–Sé que te lo digo a última hora, pero mis padres quieren que tú y tu padre vengáis mañana para la cena de Acción de Gracias.

–¡Ah! Eso sería estupendo. Tengo que preguntarlo, pero sé que no tenemos planes, así que supongo que la respuesta es sí.

Ella sonrió.

–¡Genial!

–Como sólo somos los dos, normalmente no celebramos Acción de Gracias.

–Bueno, nosotros somos realmente anticuados. Y mis hermanos vendrán de la universidad para pasarlo en casa. Quieren conocerte.

–¿Cómo es que saben de mí?

–¿Cómo crees?

La profesora entró en clase y Sarah me guiñó un ojo, luego empezamos a tomar apuntes.





Henri estaba esperándome como era costumbre, con Bernie Kosar plantado en el asiento del pasajero meneando la colita y golpeando la puerta de su lado en cuanto me vio. Me monté en la camioneta.

–Athens –pronunció Henri.

–¿Athens?

–Athens, Ohio.

–¿Por qué?

–Allí es donde se escriben y se imprimen los números de “Caminan entre Nosotros”. Es desde donde son enviados.

–¿Cómo lo has descubierto?

–Tengo mis métodos.

Me quedé mirándolo.

–Está bien, está bien. Mandé tres emails e hice cinco llamadas de teléfono, pero ya tengo el número. –Me miró atentamente–. Es decir, no ha sido tan difícil de encontrar con un pequeño esfuerzo.

Asentí. Sabía qué me estaba diciendo. Los mogadorianos lo habrían encontrado con tanta facilidad como él. Lo que desde luego significaba que la balanza se inclinaba a favor de la segunda suposición de Henri: que alguien dio con el editor antes de que la historia pudiera ser más desarrollada.

–¿A cuánto está Athens de aquí?

–A dos horas en coche.

–¿Vas a ir?

–Espero no tener que hacerlo. Primero voy a llamar.

Cuando llegamos a casa, de inmediato Henri tomó el teléfono y se sentó a la mesa de la cocina. Yo me senté frente a él y escuchaba.

–Sí, llamaba para preguntar por un artículo del número del mes pasado de “Caminan entre Nosotros”.

Al otro lado respondió una voz profunda. No pude oír lo que dijo.

Henri sonrió.

–Sí –dijo, luego hizo una pausa.

–No, no estoy subscrito. Pero un amigo mío sí.

Otra pausa.

–No, gracias.

Él asintió con la cabeza.

–Bueno, siento curiosidad por el artículo sobre los mogadorianos. No hubo una continuación en el número de este mes como había esperado.

Me eché hacia adelante y forcé el oído, con el cuerpo tenso y rígido. Cuando llegó la réplica la voz sonó trémula y agitada. Después se cortó la comunicación.

–¿Hola?

Henri apartó el auricular del teléfono de su oído, lo miró y luego volvió a subirlo.

–¿Hola? –insistió otra vez.

Después de eso colgó el teléfono y lo puso sobre la mesa, mirándome.

–Ha dicho: “No vuelva a llamarme aquí otra vez”. Y me ha colgado sin más.


Traducido por Aurim.

10 comentarios:

Kris S. Loose dijo...

Muchísimas gracias Aurim!
Me encanta tu trabajo, traduces como si fuera oficial. Un besazo!

Aurim dijo...

Pfff, muchísimas gracias a ti, Silvery! Qué piropazo... :D Besosss

Anónimo dijo...

muchas gracias, espero q subas el 18, ojala tengas tiempo ´para traducir. besos

Anónimo dijo...

ooo! me encnata !! me he vuelto mona buscando apartir del capitulo 9..y voy y los encuentro aki!!
traduces muy bien!!
sigue subiendo capitulos ..okiss?? ^^

Anka dijo...

Buenísima la traducción. Sigue así Aurim, para alegrarme el día ^_^. Acabo de encontrar el blog y vaya sorpresa que me he encontrado: se está traduciendo "I am number four" ENTERO. Una cosa, ¿es una saga o sólo un solo libro?

Aurim dijo...

¡Hola Anka!

Muchas gracias, se hace lo que se puede XD Pues va a ser una saga, de hecho, hace poco salió la que va a ser la portada del segundo libro, "El Poder de Seis" :D

Gracias a todos por el apoyo! ;D

Anónimo dijo...

Ni me doy cuenta de que no es la traducción oficial!
Gran trabajo
Muchas gracias Aurim :D

Unknown dijo...

muchas gracias!
es un gran trabajo el que haces!
estoy muy agradecido! =)

Anónimo dijo...

Muchas Gracias

Anónimo dijo...

Disculpa cuantos capitulos contiene el libro?

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