miércoles, 29 de diciembre de 2010

CAPÍTULO 15 DE "SOY EL NÚMERO CUATRO" (I AM NUMBER FOUR)


Traducido por Aurim.


LA PRIMERA NEVADA LLEGÓ DOS SEMANAS DESPUÉS. Sólo un ligero polvo, el suficiente para cubrir la camioneta con finos copos. Justo después de Halloween, una vez el cristal loriano extendió el Lumen por todo mi cuerpo, Henri comenzó mi verdadero entrenamiento. Habíamos trabajado cada día, sin falta, con frío, lluvia y ahora nieve. Aunque él no me lo decía, yo sabía que sentía impaciencia por que yo estuviera preparado. Empezó con miradas de desconcierto y frunciendo el ceño mientras se mordía el labio inferior, luego les seguirían profundos suspiros y finalmente noches sin dormir, con las tablas del suelo crujiendo bajo sus pies mientras yo yacía en mi cama, despierto. De manera que así estábamos ahora, con una desesperación inherente en la tensa voz de Henri.

Estábamos de pie en el patio trasero, separados por unos tres metros, uno enfrente al otro.

–De verdad que no estoy de humor hoy –lo avisé.

–Sé que no lo estás, pero tenemos que hacerlo de todas formas.

Suspiré y me miré el reloj. Eran las cuatro en punto.

–Sarah estará aquí a las seis –le recordé.

–Lo sé –dijo Henri–. Es por eso que debemos darnos prisa.

Él sostenía una pelota de tenis en cada mano.

–¿Estás listo? –preguntó.

–Más listo que nunca.

Lanzó la primera pelota al aire, y cuando alcanzó su cenit traté de convocar un profundo poder dentro de mí para evitar que cayera. No sabía cómo se suponía que debía hacerlo, sólo que debía ser capaz de hacerlo, con tiempo y con práctica, según decía Henri. Todo Guardián desarrollaba la habilidad de mover objetos con la mente. Telequinesia. Y en vez de dejarme descubrirlo por mí mismo –como hice con mis manos– Henri parecía empeñado en sacar el poder de la caverna en la que fuera que estaba hibernando.

La pelota cayó al igual que lo habían hecho las más o menos mil precedentes, sin interrupción alguna, rebotando dos veces, luego quedó inerte en el césped cubierto de nieve.

Dejé escapar un profundo suspiro.

–Hoy no lo estoy sintiendo.

–Otra vez –mandó Henri.

Él lanzó una segunda bola. Traté de moverla, de detenerla. Utilicé todas las fuerzas en mi interior para hacer que la maldita cosa se moviera un solo centímetro a la derecha o a la izquierda, pero no hubo suerte. Esta también golpeó el suelo. Bernie Kosar, que había estado observándonos, salió corriendo hacia ella, la atrapó y se alejó.

–Llegará a su debido tiempo –señalé.

Henri negó con la cabeza y tensó los músculos de la mandíbula. Me estaba contagiando su humor y su impaciencia. Observó a Bernie Kosar marcharse con la pelota, luego suspiró.

–¿Qué? –le pregunté.

Él volvió a negar con la cabeza.

–Sigamos intentándolo.

Se acercó y cogió otra pelota. Luego la lanzó por los aires. Intenté detenerla pero, por supuesto, simplemente cayó.

–Tal vez mañana –dije.

Henri asintió y miró al suelo.

–Tal vez mañana.




Tras nuestro entrenamiento yo estaba cubierto de sudor, barro y nieve derretida. Henri me había apretado más de lo normal ese día y había venido a mí con una agresividad que sólo podía derivar del pánico. Más allá de las prácticas de telequinesia, la mayoría de nuestras sesiones las pasábamos instruyéndome en técnicas de combate –lucha cuerpo a cuerpo, lucha libre, artes marciales combinadas–, seguida de elementos de compostura –mantener la calma bajo presión, control mental, cómo ver el miedo en los ojos de un oponente y luego saber la mejor manera de sacarlo a la luz. No era el duro entrenamiento de Henri lo que me fastidiaba, sino su mirada. Una mirada angustiada con un dejo de miedo, desesperación y decepción. No sabía si sólo estaba preocupado por los progresos o si era por algo más profundo, pero aquellas sesiones se estaban haciendo agotadoras, emocional y psicoló-gicamente.

Sarah llegó justo a tiempo. Salí afuera y la besé cuando se acercó al porche delantero. Le quité el abrigo y lo colgué cuando estuvimos dentro. Estábamos a una semana de nuestro parcial de Economía Doméstica, y fue idea suya que preparáramos la comida antes de que tuviéramos que hacerlo en clase. Tan pronto como empezamos a cocinar Henri agarró su chaqueta y se fue de paseo. Se llevó a Bernie Kosar con él y yo estuve agradecido por la intimidad. Preparamos pechugas de pollo al horno con patatas y verduras al vapor, y todo salió mucho mejor de lo que esperaba. Cuando todo estuvo listo los tres nos sentamos y comimos juntos. Henri estuvo en silencio la mayor parte de la cena. Sarah y yo rompíamos el incómodo silencio con temas sin importancia, como el instituto o las películas que íbamos a ir a ver el sábado siguiente. Henri rara vez levantaba la mirada de su plato, sólo lo hizo para elogiar lo maravillosa que era la cena.

Cuando terminamos de cenar Sarah y yo lavamos los platos y nos retiramos al sofá. Sarah se había traído una película y la vimos en nuestra pequeña televisión, pero Henri permaneció casi todo el tiempo mirando abstraído por la ventana. A mitad de esta Henri se levantó con un suspiro y se encaminó al exterior. Sarah y yo le observamos marcharse. Nos tomamos de la mano y ella se echó contra mí, con la cabeza sobre mi hombro. Bernie Kosar estaba sentado a su lado con la cabeza en su regazo, ambos cubiertos con una manta sobre ellos. Puede que afuera hiciera frío y hubiera tormenta, pero en nuestro salón se estaba calentito y a gusto.

–¿Tu padre está bien? –preguntó Sarah.

–No lo sé. Está comportándose de forma extraña.

–Ha estado realmente silencioso durante la cena.

–Sí, voy a ver cómo está. Vengo enseguida. –Seguí a Henri al exterior. Él estaba de pie en el porche, mirando hacia la oscuridad.

–Bueno, ¿qué pasa? –le pregunté.

Él alzó la mirada y contempló las estrellas.

–Hay algo que no va bien –dijo.

–¿A qué te refieres?

–No te va a gustar.

–Está bien. Suéltalo.

–No sé cuánto tiempo deberíamos quedarnos aquí. No me parece seguro.

Se me cayó el alma a los pies y me quedé en silencio.

–Están desesperados, y creo que se están acercando. Puedo sentirlo. No creo que estemos a salvo aquí.

–No quiero marcharme.

–Sabía que no querrías.

–Nos hemos mantenido ocultos.

Henri me miró enarcando una ceja.

–No te ofendas, John, pero no pienso que te hayas mantenido a la sombra precisamente.

–Lo he hecho respecto a lo que importa.

Él asintió.

–Supongo que lo veremos.

Fue hasta el final del porche y colocó las manos sobre la barandilla. Yo estaba de pie junto a él. Empezaron a caer nuevos copos de nieve, moteando de un resplandor blanco lo que por lo demás era una noche oscura.

–Eso no es todo –continuó Henri.

–Sabía que no lo era.

Él suspiró.

–Ya deberías haber desarrollado la telequinesis. Casi siempre llega con el primer Legado. Muy rara vez aparece después, y cuando lo hace, nunca tarda más de una semana después.

Lo miré atentamente. Su mirada estaba llena de inquietud y le atravesaban la frente arrugas de preocupación.

–Tus Legados vienen de Lorien. Siempre ha sido así.

–¿Y? ¿Qué me estás diciendo?

–No sé lo que podemos esperar a partir de ahora –reconoció, e hizo una pausa–. Puesto que ya no estamos en el planeta, no sé si el resto de tus Legados llegarán alguna vez. Y si eso es así, no tenemos esperanza de luchar con los mogadorianos, mucho menos derrotarlos. Y si no podemos derrotarlos, nunca seremos capaces de regresar.

Observé cómo nevaba, incapaz de decidir si debería estar preocupado o aliviado, aliviado puesto que eso podría suponer el fin de nuestros traslados y podríamos asentarnos finalmente. Henri señaló a las estrellas.

–Justo allí –señaló–. Justo allí es donde está Lorien.

Por supuesto yo sabía muy bien dónde estaba Lorien sin que me lo dijesen. Había una cierta fuerza, una cierta tendencia a que mis ojos se desviaran siempre hacia el lugar donde, a billones de kilómetros, se encontraba Lorien. Intenté alcanzar un copo de nieve con la punta de la lengua, luego cerré los ojos e inspiré el aire frío. Cuando los abrí me di la vuelta y vi a Sarah a través de la ventana. Estaba sentada sobre sus piernas, con la cabeza de Bernie Kosar aún en el regazo.

–¿Alguna vez has pensado en simplemente asentarte aquí, en decir al infierno con Lorien y hacer una vida aquí en la Tierra? –le pregunté a Henri.

–Nos fuimos cuando eras bastante pequeño. No creo que te acuerdes mucho de aquello, ¿no?

–La verdad es que no –reconocí–. Me vienen cosas de vez en cuando. Aunque no es que pueda decir si son cosas que recuerdo o que he visto durante nuestro entrenamiento.

–No creo que te sintieras así si pudieras acordarte.

–Pero no me acuerdo. ¿No es esa la cuestión?

–Tal vez –admitió–. Pero que quieras o no regresar no significa que los mogadorianos vayan a dejar de buscarte. Y si nos descuidamos y nos establecemos, puedes estar seguro de que nos encontrarán. Y tan pronto como lo hagan, nos matarán a los dos. No hay manera de cambiar eso. Ninguna.

Sabía que tenía razón. De algún modo, yo podía, al igual que Henri, sentir todo eso, podía sentirlo en plena noche cuando se me ponía el vello de punta en los brazos, mientras me subía un pequeño escalofrío por la espalda aunque no tuviera frío.

–¿Alguna vez lamentas el haber estado conmigo durante tanto tiempo?

–¿Lamentarlo? ¿Por qué piensas que lo lamentaría?

–Porque no hay nada por lo que regresar. Tu familia está muerta. Como la mía. En Lorien sólo espera una vida de reconstrucción. Si no fuera por mí tú podrías crear fácilmente una identidad aquí y pasar el resto de tus días formando parte de algún lugar. Podrías tener amigos, incluso puede que te enamoraras otra vez.

Henri se echó a reír.

–Ya estoy enamorado. Y continuaré estándolo hasta el día en que muera. No espero que lo entiendas. Lorien es diferente de la Tierra.

Suspiré con exasperación.

–Pero aun así, podrías formar parte de algún lugar.

–Formo parte de algún lugar. Soy parte de Paradise, Ohio, ahora mismo, junto contigo.

Negué con la cabeza.

–Sabes a qué me refiero, Henri.

–¿Qué es lo que crees que me estoy perdiendo?

–Una vida.

–Tú eres mi vida, muchacho. Tú y mis recuerdos sois lo único que me unís al pasado. Sin ti no tengo nada. Esa es la verdad.

Justo en ese instante la puerta se abrió detrás de nosotros. Bernie Kosar salía trotando delante de Sarah, que estaba de pie en la entrada mitad dentro, mitad fuera.

–¿De verdad vais a hacer que vea toda la película yo sola? –nos preguntó.

Henri le sonrió.

–Ni soñarlo –contestó.



Después de la película Henri y yo llevamos a Sarah a casa. Cuando estuvimos allí la acompañé hasta su puerta y nos quedamos cerca el uno del otro mirándonos y sonriendo. Le di un beso de buenas noches, un beso prolongado mientras le tomaba con cuidado ambas manos con las mías.

–Te veré mañana –se despidió ella, dando un apretón a mis manos.

–Dulces sueños.

Me encaminé de nuevo a la camioneta. Henri salió del camino de entrada del porche de Sarah y condujo de camino a casa. No pude evitar sentir una sensación de miedo mientras recordaba las palabras de Henri el día que vino a recogerme ese horrible primer día de clase: “Simplemente ten en cuenta que podríamos tener que marcharnos en lo que dura un telediario”. Tenía razón, y yo lo sabía, pero nunca me había sentido así por nadie. Como si flotara en el aire cuando estábamos juntos, y aterrado cuando estábamos separados, como en ese momento, a pesar de que acababa de pasar las dos últimas horas con ella. Sarah daba un propósito a nuestros traslados, a nuestro ocultarnos, una razón que iba más allá de la mera supervivencia. Una razón para ganar. Y el saber que yo podía estar poniendo su vida en peligro por estar con ella… Bueno, eso me aterrorizaba.

Cuando llegamos a casa, Henri se metió en su cuarto y salió cargando con el Cofre. Lo dejó sobre la mesa de la cocina.

–¿En serio? –le pregunté.

Asintió con la cabeza en silencio.

–Hay algo en su interior que he querido mostrarte desde hace años.

Yo no podía esperar a ver qué más había en el cofre. Los dos juntos hicimos saltar la cerradura y él levantó la tapa de tal manera que no pude echar ojo a su interior. Henri sacó una bolsa de terciopelo, bajó la tapa y volvió a cerrar el Cofre.

–Esto no forma parte de tu Legado, pero la última vez que abrimos el Cofre lo metí dentro por el mal presentimiento que he estado teniendo. Si nos atrapan los mogadorianos, nunca podrán abrir esto –explicó, señalando con la mano el Cofre.

–Entonces, ¿qué hay en la bolsa?

–El sistema solar –contestó.

–Si no forma parte de mi Legado, ¿por qué no me lo has enseñado antes?

–Porque necesitabas desarrollar tu Legado para activarlo.

Apartó las cosas de la mesa de la cocina y luego se sentó enfrente de mí con la bolsa en el regazo. Sonrió al sentir mi entusiasmo. Luego alargó la mano y sacó de la bolsa siete orbes de cristal de distintos tamaños. Los sostuvo con las manos juntas frente a su cara y sopló sobre las esferas de cristal. De su interior surgieron minúsculos destellos de luz, luego las tiró al aire y todas a un tiempo cobraron vida, suspendidas sobre la mesa de la cocina. Las cristalinas bolas eran una réplica de nuestro sistema solar. La mayor de ellas era del tamaño de una naranja ­–el sol de Lorien– y se cernía en el centro emitiendo la misma cantidad de luz que una bombilla, puesto que se parecía a una autosuficiente esfera de lava. Las demás bolas orbitaban a su alrededor. Las que estaban más cerca del sol se movían con mayor rapidez, mientras aquellas más lejanas sólo parecían arrastrarse junto a él. Todas ellas dando vueltas, comenzando y terminando días a velocidad hipersónica. La cuarta esfera a partir del sol era Lorien. La observamos moverse, vimos cómo su superficie empezaba a tomar forma. Era más o menos del tamaño de una pelota de raquetbol. La réplica no debía de estar a escala porque en realidad Lorien era mucho más pequeña que nuestro sol.

–Y bueno, ¿qué está sucediendo? –pregunté.

–La bola está tomando la forma exacta que tiene Lorien en este momento.

–¿Cómo es posible?

–Es un lugar especial, John. Existe una antigua magia en lo más profundo de su núcleo. De ahí es de donde proceden tus Legados. Es lo que da vida y hace posible los objetos que constituyen tu Herencia.

–Pero acabas de decir que esto no forma parte de mi Legado.

–No, pero viene del mismo lugar.

Se formaron profundas hendiduras montañosas cortando la superficie donde yo sabía que corrieron ríos una vez. Y luego se detuvo. Busqué cualquier clase de color, cualquier movimiento, cualquier viento que pudiera soplar sobre la tierra. Pero no había nada. Todo el paisaje era un parche monocromático de gris y negro. No sé qué había albergado la esperanza de ver, qué era lo que esperaba. Movimiento de algún tipo, alguna pista de fertilidad. Mis esperanzas decayeron. Después la superficie se atenuó de tal manera que pudimos ver a través de ella y en las profundidades del núcleo de la esfera comenzó a tomar forma un ligero resplandor. Brillaba, luego se atenuaba, después volvía a brillar otra vez como si replicara el latido del corazón de un animal dormido.

–¿Qué es eso? –pregunté.

–El planeta aún vive y respira. Se encuentra replegado sobre sí mismo, aguardando su momento. Hibernando, si así lo prefieres. Pero despertará uno de estos días.

–¿Qué te hace estar tan seguro?

–Ese pequeño resplandor justo ahí –señaló–. Esa es la esperanza, John.

Lo observé. Encontré un extraño placer al verlo resplandecer. Habían tratado de borrar nuestra civilización, el propio planeta, y aun así este seguía respirando. Sí, pensé, siempre había esperanza, como Henri no paraba de repetir.

–Eso no es todo.

Henri alzó y chasqueó los dedos y los planetas dejaron de moverse. Acercó el rostro a sólo unos centímetros de Lorien, luego rodeó su boca con las manos y volvió respirar sobre él. Resquicios de verde y azul se propagaron sobre la superficie de la esfera y comenzó a desvanecerse casi de inmediato cuando el vaho de la respiración de Henri se evaporó.

–¿Qué has hecho?

–Haz brillar tus manos sobre él –pidió.

Las hice brillar y cuando las sostuve sobre la esfera regresaron el verde y el azul, permaneciendo sólo el tiempo que mis manos brillaron sobre ella.

–Ese era el aspecto de Lorien el día antes de la invasión. ¿Te gustaría ver lo bella que es toda ella? A veces se me olvida incluso a mí.

Era bella. Toda verde y azul, rica y frondosa. La vegetación parecía titilar bajo las ráfagas de viento que yo, de algún modo, podía sentir. Aparecieron leves ondas sobre el agua. El planeta estaba verdaderamente vivo, floreciente. Pero entonces apagué mi resplandor y todo aquello se desvaneció, de vuelta a las sombras de gris.

Henri señaló un punto sobre la superficie de la esfera.

–Justo de aquí –apuntó–, es de donde despegamos el día de la invasión. –Luego movió el dedo a un centímetro de ese punto–. Y justo aquí es donde solía estar el Museo de Exploración de Lorien.

Asentí y miré al punto que él señalaba. Más gris.

–¿Qué tienen que ver los museos con nada? –pregunté. Me volví a sentar en la silla. Era difícil mirar aquello sin sentirse triste.

Él volvió la mirada hacia mí.

–He estado pensando mucho en lo que viste.

–Ajá –contesté, urgiéndolo a continuar.

–Era un museo enorme, dedicado por completo a la evolución del viaje espacial. Una de las alas del edificio contenía antiguos cohetes que tenían miles de años. Cohetes que utilizaban para propulsarse una especie de combustible conocido sólo en Lorien –expuso él y se detuvo, mirando de nuevo a la pequeña esfera de cristal que se alzaba a casi un metro sobre la mesa de nuestra cocina–. Ahora, si lo que viste de verdad sucedió, si una segunda nave consiguió despegar y escapar de Lorien durante el fragor de la batalla, entonces esta tuvo que haber estado guardada en el museo del espacio. No hay otra explicación para ello. Todavía me cuesta creer que eso funcionara, e incluso si lo hizo, que consiguiera llegar muy lejos.

–Pero si no pudo llegar muy lejos, entonces ¿por qué aún estás pensando en ello?

Henri negó con la cabeza.

–Ya sabes, no estoy realmente seguro. Tal vez porque me he equivocado antes. Tal vez porque espero estar equivocándome ahora. Y, bueno, si aquello llegó a alguna parte, entonces podría haber llegado hasta aquí, el planeta con vida más cercano aparte de Mogador. Y eso suponiendo que hubiera vida en él para empezar, que no estuviera lleno sólo de artefactos, o que no estuviera simplemente vacío, con intención de engañar a los mogadorianos. Pero creo que tuvo que haber al menos un loriano tripulando la nave porque, bueno, como estoy seguro que sabrás, las naves de esa naturaleza no pueden tripularse por sí mismas.




Otra noche más de insomnio. Yo estaba de pie, sin camina, frente al espejo, mirándome en él con ambas manos encendidas.

“No sé cuánto cabe esperar de aquí en adelante” había dicho Henry hoy. La luz del núcleo de Lorien aún ardía, y los objetos que trajimos de allí aún funcionaban, así que ¿por qué debería terminarse esa magia ahí? ¿Y qué pasaba con los demás? ¿Estaban pasando por los mismos problemas? ¿Estaban sin sus Legados?

Saqué músculo frente al espejo y luego golpeé el aire, esperando que el espejo se rompiese, o se oyera un ruido sordo en la puerta. Pero no pasó nada. Sólo yo allí plantado con cara de tonto y sin camisa, peleándome solo mientras Bernie Kosar observaba desde la cama. Era casi medianoche y no estaba cansado en lo más mínimo. Bernie Kosar saltó de la cama, se sentó a mi lado y observó mi reflejo. Yo le sonreí y él meneó la cola.

–¿Y qué pasa contigo? –le pregunté a Bernie Kosar–. ¿Tienes algún poder especial? ¿Eres un superperro? ¿Debería volverte a poner la capa para que puedas irte volando por los aires?

Siguió moviendo la colita y golpeó el suelo con la pata mientras me contemplaba alzando la mirada. Lo levanté, me lo puse sobre la cabeza y lo hice volar por la habitación.

–¡Mira! ¡Es Bernie Kosar, el magnífico superperro!

Se revolvía en mis manos así que lo bajé. Se dejó caer hacia un lado con la cola golpeteando contra el colchón.

–Bueno, colega, uno de los dos debería tener superpoderes. Y no parece que vaya a ser yo. A no ser que volvamos a los tiempos oscuros y yo pueda abastecer al mundo de luz. De otro modo, me temo que soy inútil.

Bernie Kosar rodó colocándose sobre la espalda y mirándome fijamente con grandes ojos, queriendo que le rascara la barriga.



Capítulo traducido por Aurim.

2 comentarios:

butter dijo...

Gracias por el capi!

Anónimo dijo...

hey gracias por este cap, espero con ansias el otro

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